“Los ojos son el espejo del alma”... ¿Y cómo no
serlo?, ¡benditos!.... Cuando nací, todos se alegraron que saliera con los
ojazos despiertos, negros, impregnantes, alborotados y coquetos, “la morena que
hablaba con sus ojos”, desde ese momento mi madre supo que eso sería mi dulce
condena, “ay nerita” sentenciaba.
Siempre he creído que si quieres
algo, no hables; mira y juega con ese poderío, es esa carta bajo la manga que
la utilizas en el lugar y momento exacto, la que puede tener diferentes
mensajes, pero que siempre tendrá esa esencia de veneno, que mata, pero
que encanta.
Hasta para morir, el cuerpo se
excita, se prepara, se entrega.
Algunas
matan, otras enamoran, sin duda, suelen decir más de lo que las palabras pueden
hacerlo.
Cada vez ganan más importancia los gestos, las
caricias, la sonrisa, incluso el arquear una ceja. Sí, somos paranoicas
compulsivas, pero es que el cuerpo añade significado a nuestras palabras. Y, en
este sentido, los ojos cuentan con mucha ventaja.
Con frecuencia seducen, edulcoran y te ponen
tierna. Es en este momento que se me viene a la mente el gato con botas de
Shrek, y aparece esa fuerza sobrehumana que hace que no quieras mirar, pero no
puedes evitarlo, te derrites y caes.
Caes rendida, como ese chocolate derretido que nos
endulza en noches donde la lluvia nos cobija el alma y el corazón despierto en
inocencia de los besos nunca entregados, aparece él, sí, aún juegas a la cuerda
del tira y afloja, pero aunque digas que no, tu mirada, esa cruel delatadora,
termina por sentenciarte y condenarte, dejas de ser tú y pasas a decir, pasa,
acá hay un espacio para ti, cierra la puerta, cobíjate conmigo.
Una mirada de reojo, con la cabeza ligeramente
agachada, puede ser la mirada que deja abierto el misterio, ese callejón sin
salida, del que no huirás corriendo y gritando, sino del que esperarás con
ansias ver la luz al final del túnel, ese túnel que te perturbaba, pero que
ahora te emociona conocerlo, disfrutar de su oscuridad y de su luz, buscando
esa respuesta a la que te condenó tu mirada, aquella que no entiende de
razones.
Si me
pusiera a contar, cuántas veces mis miradas jugaron el papel delatador, en
donde sonrojarme no funcionaba, me delataban tanto, que sin darme cuenta, dije
¡Sí quiero!, ¡Te deseo! ¡Yo sí fui! ¡Me encantas! ¡Te amo! ¡Estoy triste! ¡Estoy
celosa!.... Todas las frases tienen una carga emocional, sobre todo en los
celos, Dios, con una mirada pude haber generado un genocidio en el lugar donde
las tripas se me encendían.
Mi
mirada de tiburón, fue la que más sobresalía, aquella sexy, coqueta,
impregnante y dulce a la vez, siempre fue mi aliada, para no decir, sino para
actuar. Sin duda hay miradas que matan y ponen una carga emocional a nuestras
palabras que no podría levantar ni el mismísimo Hulk.
Algunas veces, una mirada puede
penetrarnos hasta el fondo del alma, y otras suele fulminarnos en segundos. No
hay una parte del cuerpo que tenga mayor carga emocional que los ojos.
Descubre su poder, es magnífico,
el contacto visual excita. Mirar fijamente a los
ojos de otra persona genera una reacción de excitación, aunque la
interpretación de la misma varía según el contexto.
Cuando algo nos interesa, nuestras
pupilas se dilatan. Pero, además, esa dilatación nos hace parecer más
sexys.
Pero, ¡ojo!, pie al engaño. Detener la mirada en algo suele
ser signo de interés, amor, cariño o derivados. Así se ha dicho que un
mentiroso no suele mirar a los ojos, y que ésta es una
característica fundamental de su lenguaje no verbal.
No cabe duda de que los ojos son el
espejo del alma, por eso, si las
miradas bastaran para matar, ya habríamos muerto hace tiempo…
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